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¿Qué es la conciencia y por qué esta pregunta tal vez sea imposible de responder?

TODOS HABLAMOS FRECUENTEMENTE DE LA CONCIENCIA Y PARECE QUE TODOS SABEMOS A QUE NOS REFERIMOS; SIN EMBARGO, NINGUNO PODEMOS EXPLICARLA.
La conciencia es uno de esos muchos términos que parecen, en este caso quizá paradójicamente, blindados ante el procesamiento, y definición, racionales. Si bien este concepto ha protagonizado discursos místicos, teorías psicológicas, y
acercamientos científicos, además de plagar la retórica cotidiana, lo cierto es que siempre, al menos en mi opinión, queda una especie de margen, como si algo nos indicará que nada de lo que podemos construir, y mucho menos comunicar, racionalmente, bastara para cubrir su sentido.

La palabra conciencia proviene del latín, conscious, y se compone de con (juntos) y scio(conocer), lo cual sugiere un conocimiento compartido, o una especie de acuerdo perceptivo. Por ejemplo Hobbes, es su Leviathan, habla de que “Cuando dos o más personas conocen el mismo hecho, entonces se dice que concientes sobre esto, el uno ante el otro”. En este sentido la conciencia pareciera una especie de eco resonado que surge en al menos dos personas, y que al comprobar esta resonancia, entonces se le legitima como algo conciente.

Una perspectiva occidental

En occidente, uno de los primeros pensadores en tratar de deshebrar fue Descartes, quien a partir de su influyente dualismo definió una relación opuesta entre lo inmaterial (el rex cogans de la mente) y lo material (el res extensa del cuerpo) –y en algún punto climático de esta interacción se ubicaría la conciencia. Tras varios acercamientos posteriores, y luego del surgimiento de la mecánica cuántica, científicos acusaron la imposibilidad de la física tradicional para explicar el fenómeno conciente –en respuesta surgieron teorías alternas, entre ellas la del Cerebro Holonómico, de Karl Pribram, inspirada en la naturaleza holográfica propuesta por David Bohm.




En 1976, el británico Richard Dawkins, en su libro The Selfish Gene, advirtió que “la evolución de nuestra capacidad para simular parece haber culminado en la conciencia subjetiva. Y el por qué esto sucedió me parece el más profundo misterio que enfrenta la biología moderna”. Mientras que un par de décadas después, un grupo de neurocientíficos publicó, con una humildad poco popular en la ciencia, una significativa apología:

No tenemos idea del cómo emerge la conciencia a partir de la actividad física del cerebro, y tampoco podemos determinar si la conciencia puede emerger en sistemas no-biológicos, por ejemplo las computadoras. A estas alturas el lector esperará encontrar una minuciosa y precisa definición de la conciencia. Pero quedará decepcionado. Conciencia aún no se ha convertido en un término científico que pueda definirse cabalmente. Definiciones precisas de diversos aspectos de la conciencia emergerán más adelante… algo que en esta fase resulta prematuro. (Human Brain Function, p. 269, capítulo 16 “The Neural Correlates of Consciousness”, 2004)

Tal parece que en un contexto budista la conciencia se refiere a la sucesión de elementos psico-físicos, es un proceso que, aunque siempre replicable, florece y luego se aleja, y que incluye múltiples ingredientes, como la percepción, la sensación, el sentimiento, y el procesamiento de esta información en nuestra mente.

Una reflexión consciente

Lao Tzu advertía que la clave para crecer como ser humano es introducir dimensiones más elevadas de conciencia a nuestro estado de alerta perceptiva. Esto nos remite a la idea de que la conciencia es una especie de filtro a través del cual se procesa la información que recibimos mediante los sentidos –una especie de catalizador moldeable. La conciencia podría ser ese estanque en el cual sumergimos nuestra percepción en ella misma, y obtenemos información con la cual construimos una realidad, y nos insertamos en ella.

Por otro lado la tarea de definir la conciencia resulta en un ejercicio ourobórico, inevitablemente auto-referencial, lo cual de nuevo sugiere la imposibilidad de “narrarla” racionalmente. También podríamos asignarle la cualidad de omnipresencia, ya que en términos prácticos algo existe hasta el momento en el que logramos insertarlo en este diálogo entre el interior y el exterior. Desde esta perspectiva, entonces la conciencia es aquello que montamos dentro de ese escenario, el vacío original, que es lo único que puede existir de sin depender de que alguien lo procese, lo haga conciente.

En fin podríamos seguir malabareando con nociones, recursos mentales y referencias culturales, para librar con éxito esta compleja y autoimpuesta misión de definir la conciencia. Pero lo más probable es que eso simplemente prolongue el coqueteo racional con un infinito loop. En este sentido parece que la conciencia, su anatomía, está impregnada del perfume de la paradoja –parece que todos ‘sabemos’ lo que es pero que nadie puede explicarla.

Un constante en la racionalización intuitiva del concepto, apunta a la figura de un mediador entre nuestro interior y aquello que nos rodea, pero que al mismo tiempo actúa como interprete en un diálogo que sostenemos con nosotros mismos –como un guión ya escrito y a la vez editable en tiempo real.

Tal vez la conciencia es solo eso que nos permite darnos cuenta que la conciencia no puede definirse (pero tampoco negarse) –algo como el universo auto-percibiéndose, y celebrándolo con cada uno de nosotros.